Mortal
Inicio    Quienes somos    Revista Nº 0    Indice    Colaboraciones    Contáctenos    Enlaces    Imprimir

__________________________________________________________________________________________________

39

 

 

 

 

 

 

 

 

Fotografías y textos: Manuel Bayo

 

 

 <  > 
Muy parecido a esas cápsulas en las que el dinero viajaba succionado entre departamentos de un centro comercial: así era mi invención del transporte del futuro, en esa edad en la que ‘futuro’ significa otra era, otra dimensión y no un simple devenir, con mis padres y hermanas en un vehículo con luces de neón y panorámico y a velocidades que cortan el hipo. Fantástico. Es fácil saber de dónde me vendría esta visión sorprendente, que seducía con ese futuro en el que todo era irreconocible, todo nuevo, todo distinto, todo rápido, limpio, silencioso.


No me cabe ahora duda de que las autopistas han reemplazado finalmente ese futuro imaginado, una trasmutación de la ensoñación infantil. Son sorprendentes en cualquier caso, rápidas, ruidosas como recuerdo mi infancia, y sucias también: estos dos últimos son elementos que mi memoria reconoce y que en parte son, pues, de añoranza.


Pero algo de aquel otro futuro sí que se ha logrado con estas autopistas que nos trazan un trayecto rápido, un conducto vallado, casi encapsulado, ajeno a sus paisajes, sin pueblos intermedios, ni miradas, ni paradas. Una sucesión de clotoides y pendientes suavizadas que desprecian la ondulación, la topografía, el interludio.

Pero claro, es que mi infancia no vive ya en el mundo; corresponde a un mundo superado de un país casi no desarrollado, con carreteras que obedecen al terreno, que acarician su paisaje, que se detienen en sus pueblos y en sus bares y que te paran en el arcén a tomar fresón. Y es en esas carreteras, que no son simples conductos de trasiego, en las que te paras y haces pis, te matas, te hacen un templo… Bueno, ya casi ni las recuerdo. Podías integrar esas carreteras en el torrente de tus recuerdos, sus hitos, sus curvas, cambios de rasante, restaurantes, puntos kilométricos como templos de cemento, con un sentido de permanencia, de eternidad hoy ya imposibles embutidas, como están, entre terraplenes con sus dobles y cuádruples carriles, donde la parada es un delito y, además, técnicamente un suicidio.


Pero igual la gente se mata, se estampa contra el guardavías. El eficiente sistema autónomo y autogestionado envía dotaciones, ambulancias, policía, coche fúnebre, operarios de limpieza y todo pasa, nada queda, ni cicatriz, ni mancha, nada.