Cámaras y móviles

   © Guillermo Labarca

Un amigo me escribió para contarme que había estado en Bolivia donde le ocurrió lo siguiente: “Andando por una de las calles de La Paz, de repente me encontré con una "Chola" que tenía una presencia interesante, y además en un entorno genial. Como llevaba la cámara, le hice una foto sin pensarlo mucho, a lo que ella reaccionó insultándome de mil formas diferentes en muchos idiomas, (asumo que ella me tomó por un "gringo"). Pues bien, le pedí disculpas en castellano, y entonces le dije:

-Señora:¿usted me permitiría sacarle una foto con mi teléfono móvil?
-Claro, tan sólo dispare.”

Mi amigo opina que el móvil es de uso tan común que no intimida tanto como lo hacen las cámaras por la relación de estas últimas con los medios, la prensa y la televisión. Pienso que, si bien es una explicación razonable, también hay que considerar otro aspecto, y es la contradictoria relación que guardan las cámaras y los móviles con la intimidad de cada uno. Habría que plantearse la pregunta de ¿por qué una cámara se percibe como hostil y un teléfono no? Una clave para entenderlo nos la da el fatal desenlace de Guido Boggiani, un italiano que nació en 1887 y murió a comienzos del siglo XX en Paraguay. Etnógrafo que a comienzos del siglo pasado hizo exploraciones entre tribus aisladas en América del Sur, tomando fotografías que enseñaba posteriormente a los nativos. Él y su ayudante fueron asesinados, presuntamente por los indígenas, y enterrados con las cabezas separadas de sus cuerpos. Separar la cabeza del cuerpo impedía, para los indígenas, que esos hombres siguieran haciendo el mal. Pero lo más curioso es que también enterraron su cámara fotográfica; sin duda, porque aquel artefacto también hacía el mal y posiblemente robaba el alma.

En la actualidad, en nuestra cultura, también mucha gente rechaza ser fotografiado de forma inesperada con una cámara fotográfica. Se suele percibir como una forma de acoso. Puede que este rechazo esté asociado con el temor a que el fotógrafo se apropie de algo del retratado: su alma, su identidad, su intimidad.

La intimidad es un lujo que ha estado presente en las sociedades occidentales sólo durante el siglo veinte: no existía anteriormente y está desapareciendo rápidamente. A ello han contribuido poderosamente los teléfonos móviles. Por un lado, seguimos tratando de defender nuestra intimidad, hay incluso leyes que la protegen, pero al mismo tiempo ya no hay temas de conversación prohibidos y exponemos de forma pública todo lo que hacemos tranquilamente. Más aún, hoy en día es posible tener mucha información sobre cualquier persona, y más si estamos dispuestos a pagar por ella. Nuestra participación en las redes sociales nos pone como nunca en evidencia, pero no como cuando vivíamos en pequeños pueblos, ciudades que se recorrían a pie o en barrios donde todos se conocían. Ya no es el vecino el que se entera de dónde vamos, qué compramos, con quién estuvimos, qué opinamos o lo que comemos; sino que ahora se enteran los “amigos”, (a muchos de los cuales nunca hemos conocido en persona), y una gran cantidad de desconocidos... Vecinos y familiares, que no son “amigos” saben menos sobre nosotros que aquellos que conocemos en las redes sociales.

Y toda esa información que subimos va acompañada por imágenes tomadas con nuestro teléfono móvil en su gran mayoría, ¿por qué le vamos a tener miedo? Este aparato nos mantiene en contacto, aun cuando el precio sea renunciar a nuestra intimidad.

Por otra parte las cámaras se asocian con copias en papel, es su destino natural, con ello perpetúan vivencias, Una foto en papel es un documento, un registro perdurable, una prueba de nuestra presencia. Mientras que el mejor destino de las imágenes de los móviles es circular por la red y hacer efímero cualquier acontecimiento, lo que ahí ocurre no tiene consecuencias duraderas, pasa rápidamente y por ello no inspira temor, sólo deseos de tener uno más moderno con una cámara más potente.

            * Chola – Cholo, término empleado en Bolivia y Perú para referirse a nativos o mestizos.
            Según el contexto puede ser despectivo, descriptivo o cariñoso.