© Guillermo Labarca y Pepa de Rivera
En contraposición a lo que decíamos en el número anterior, en el que explicábamos porque hay fotógrafos que nos aburren, tenemos que decir también que nos encontramos con fotógrafos que si nos conmueven, nos revelan aspectos de la realidad que habitualmente pasan desapercibidos, que usan las mismas técnicas fotográficas que los fotógrafos que nos parecen menos, pero en la medida adecuada, para transmitir algo que vieron, sintieron o pensaron. Si no fuera así no estaríamos publicando esta revista, que ya va en el número 42. Cualquiera que revise los diferentes números publicados desde noviembre de 2008 hasta hoy día podrá constatar que hay una buena cantidad de fotógrafos que son capaces de contar historias originales, que pueden transmitir emociones, sentimientos e ideas usando la fotografía sin ser esclavos, ni siquiera sin hacer concesiones, a las modas ni al qué dirán. Fotógrafos que buscan una expresión personal es lo que hemos buscado constantemente al editar esta revista.
Sin ir más lejos los autores que publican en este número ilustran esta estrategia editorial. (Tomamos estos autores porque están en esta edición de la revista, podríamos hacerlo con los que están en cualquier otro número). Vamos por orden; empecemos por Luis Vioque: fotografía exquisita y sutil, lograda despojando la imagen de toda información superflua. Cercana al arte del Japón que se caracteriza por mostrar el carácter efímero de las cosas aliado a una conexión emocional intensa con el entorno. En las imágenes que nos muestra aquí Luis Vioque los espacios vacíos juegan un protagonismo esencial, ellos dimensionan cada objeto retratado. El formato panorámico que usa es sin duda el más apropiado para comunicarnos la manera como él ve el mundo que lo rodea.
Julio López Saguar con un formato cuadrado y colores completamente diferentes nos llama la atención hacía la poética de lo cotidiano. Un su trabajo percibimos un juego que junta elementos que habitualmente vemos en oposición: la poesía y la tecnología. Ya desde el escueto título de este trabajo hay un llamado a ese juego, se menciona en él a Instagram y a Iphone, nada más tecnológico, nada más cotidiano, nada más prosaico. Pero al abrir el conjunto de imágenes nos encontramos con una sorprendente mirada sobre aquello con que nos encontramos cada día. La cámara de un teléfono que muestra la belleza de lo cotidiano… o mejor el fotógrafo que nos enseña a mirar con el teléfono que usa todos los días.
También con un formato cuadrado Nicolás Pascarel nos deja entrever el impacto que Cuba tuvo sobre él. La experiencia fue, sin duda, muy intensa y precisa un cromatismo acusado. El sol y los colores de La Habana necesitan de los contrastes extremos que encontramos aquí. Se respira un aire cálido y húmedo bajo cielos omnipresentes o techos imponentes que nos obligan a concentrarnos en lo que está ahí, delante de nosotros: una realidad fuertemente contrastada, con aristas duras, cortantes como la hoja de una navaja bien afilada, como si estuviera encerrada en una cápsula, pero con ventanas hacia espacios más amplios.
Es otra Cuba y otra Habana la que nos muestra Margarita Fresco; la del día de la fiesta de San Lázaro. Para enseñar algo muy inmediato utiliza la técnica fotográfica más sencilla y por lo tanto la más directa: colores naturales, los más parecidos al objeto fotografiado, encuadres centrados, figuras y fondos perfectamente diferenciados. Esta estrategia de gran simplicidad puede ser engañosa en tanto que pareciera mostrar solamente la superficie de la realidad, aquello que es accesible a todo el mundo, sin embargo ella nos está revelando verdades más profundas al ilustrar llamados a la solidaridad social (pedir limosnas es eso) posible por la persistencia de las devociones religiosas en una sociedad como la cubana, lo que plantea interrogantes sobre esa sociedad y sobre tantas otras.
Y volviendo al tema inicial, para nosotros la fotografía es eso, una ventana por la que percibimos nuestro entorno como no lo podemos hacer de ninguna otra manera.