Tocando el cielo. Tras el Corazón de Jesús / por MARÍA TUDELA

La soledad del altísimo

Son las aves que están en lo alto del cielo de Murcia las que deben mirar hacia abajo para ver a dios, para sobrevolar estas representaciones del ser divino cuyo corazón nos acoge sin distinción: el corazón de la humanidad de Dios. Brazos abiertos en cruz, ofrecimiento y ofrenda. Verdades reveladas, nociones teológicas petrificadas salpicando el paisaje incrédulo como menhires, hitos esculpidos en un mundo casi abandonado; llamadas del silencio. Impresiona la escala, el lugar elegido, el gesto y la faz, pero más si cabe su mera presencia ahí, ‘sobrenatural’, y ese halo de apariciones congeladas que rescatan estas fotografías blancas y grises. Ese gris y ese grano que son como la porosidad del tiempo, el preludio de la desaparición, de lo que se desdibuja y dedesvanece, como el destino de los recuerdos que nunca fueron del todo nuestros.

 

Paisajes (de Cádiz) / por HUMBERTO YBARRA

Paisajes sin figuras

Tierra tendida, sin usar, la primera mirada del día, del mundo, esa primera mirada que constituye, que conforma, que nombra y acota. Una mirada humana que no puede abarcarlo todo y entonces encuadra y produce ‘paisajes’, fragmentos, piezas sueltas y autónomas que en su espacio cerrado consiguen evocar la infinitud, lo cerca y lo lejos, el aquí y el ‘non plus ultra’, y nos alertan sobre nuestra presencia insignificante en realidad frente al mundo. No podemos ver la figura en estos paisajes; está de este lado, detrás de la cámara, de nuestro lado y a nuestro lado, mirando, viendo. Viendo, contemplando moverse la luz, pasar el tiempo y ondularse el espacio. El resultado son estas imágenes del “continuo espacio-tiempo” obtenidas, capturadas en Cádiz, dónde por mucho tiempo se creyó acababa el mundo.

 

Es claro que en todos los casos que reúne este espléndido número de la revista, nos encontramos ante esa “paradoja del observador”, esa situación en la que el fenómeno observado se ve influenciado por la presencia del propio observador o investigador. Es algo del todo inevitable en el arte fotográfico como ya se dijo, y en no pocas ocasiones algo buscado, premeditado. Nunca nos veremos libres de la presencia insidiosa de la máquina, de sus prestaciones, de sus avances, de sus carencias, de sus limitaciones pero, sin esa pequeña cámara oscura portátil, nuestros ojos sin memoria nos dejarían prácticamente ciegos viviendo más tiempo aún encerrados en esa caverna angustiosa que nos legó Platón, limitados y aislados en nosotros mismos. Gracias pues, a la fotografía, y gracias, ante todo, a quienes, como nuestros cuatro protagonistas, saben manejar esos artilugios y ofrecernos un legado. Toca el turno ahora de la multitud de ‘observadores’ que contemplen estas imágenes, y de sus ‘paradojas’ (procuren dejarse llevar y logren ver lo que hay)

 

 

 

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