30
Fotos y texto: © Elena Garrigues
________________________________________________________________________
El suelo nos sostiene, nos guía, nos trae y nos lleva. No existe únicamente para ser pisado sin ton ni son, sino para ser gozado con su ton y con su son, de forma apasionada y sin necesidad de justificación alguna.

Y sin embargo lo miramos solo con una actitud utilitaria, sin presentirlo, sin disfrutarlo, sin ni siquiera sospechar que una plancha de metal con un pequeño agujero puede contener tormentas de arena, enjambres de ríos y mares de estrellas.

Sin apreciar la flora urbana que esconde toda zanja. Sin entender que un encofrado bien podría ser un estudio de artista. O que unas simples líneas de aparcamiento esconden partículas de colores habitadas por mugre muy bella.

Si aquí de lo que se trata es de valorar una estética determinada, lo único que puedo decir en mi favor es que yo digo lo que veo, y lo que veo lo fotografío.

Empecé a captar suelos mientras vivía en Nueva York, porque durante nueve meses tuve que andar mirando donde pisaba y a paso más bien lento y medido.

Y así fue que me ponía a mirar lo que no me quedaba otro remedio que mirar y al principio no veía nada que mereciera pena alguna, pero al cabo de los días comencé a percibir que allí abajo habitaban y convivían formas de objetos, de situaciones anímicas, de animales feroces y tiernos, e incluso de realidades, que mes a mes se multiplicaban y se transformaban en cosas tan apetecibles como inquietantes.

Aunque desde entonces he fotografiado ya muchos otros suelos urbanos, esta serie es especial porque, si bien todas las ciudades tienen suelo, solo el de Madrid tiene Madrid.

Y justo ahora, cuando la ciudad está abierta en canal, con esas obras que todos hemos pisado, el suelo de este Madrid convaleciente es más fértil, más bello y más sorprendente que nunca. Porque es un suelo en evolución, en el que todos los posibles horizontes quedan perfectamente expuestos a la cámara. Y porque cada día, cada luz, cada gota de agua, cada pisada y cada mirada lo convierten en algo nuevo.

Pero, para sorprenderse, hay que mirar. Al suelo.
Pasen, pisen y vean.
De Madrid al suelo
La belleza está en el que mira