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CoBrA

Fotos: © Aernout Overbeeke

Textos: © Pim Milo


Retratos de artistas Cobra

El 8 de Noviembre de 1948, en el café parisino Notre Dame, Asger Jorn, Joseph Noiret, Christian Dotremont, Constant, Corneille and Karel Appel firmaron el manifiesto “La cause était entendue”. Nacía el movimiento Cobra.

Dotremont, Mogens Balle, Henry Heerup, Jorn, Lucebert, Jan Nieuwenhuys, Anton Rooskens, Theo Wolvecamp, Jean Michel Atlan y Jacques Doucet no vivieron la experiencia de la inauguración del Museo Cobra el 9 de noviembre de 1995 en Amstelveen (Países Bajos). Pero para los otros, fundadores y antiguos miembros del movimiento, los días en que se festejó la inauguración del museo fue una reunión cálida de la cual sólo Appel estuvo ausente.

El fotógrafo Aernout Overbeeke había instalado un estudio temporal en la bodega del museo y su director hizo pasar por el a los artistas Cobra que estaban presentes. Ahí ellos se encontraron súbitamente cara a cara con Overbeeke: un hombre de aspecto distinguido, vestido con pantalones de pana y saco de Harris Tweed en vez de jeans desgastados y camiseta; con zapatos de cuero en vez de zapatillas; y con una notable voz baja con acento refinado. Esa es una de las dimensiones de posar para un retrato: el hombre detrás de la cámara.

Uno de los principales imposibles – y por lo tanto un desafío mayor – de la fotografía es registrar el carácter de alguien en la fracción de un segundo. Para la pintura “Benefits Supervisor Sleeping” (1995) – que fue vendida en 2,17 millones de euros en una subasta en Christie’s en Nueva York en mayo de 2008 - Sue Tilley posó para Lucian Freud dos o tres días por semana durante nueve meses. Cada sábado y domingo y cualquier otro día que ella no tuviera que trabajar, Tilley llegaba al estudio a las siete de la mañana, porque Freud quería captar la luz matinal. Después de dasayunar juntos trabajaban hasta la hora de la comida, y luego continuaban toda la tarde. Día tras día, capa tras capa el pintor amasaba tiempo sobre la tela, encapsulando lentamente el movimiento del reloj. La fotografía captura un instante de tiempo, la pintura congela el tiempo.

Contra un fondo blanco Overbeeke había construido una especie de carpa donde los artistas Cobra entraban uno tras otro. Una carpa negra un tanto encerrada para asegurar que un lado de la cabeza permaneciera oscura. La cámara estaba ubicada a tres metros de distancia. Esta es una distancia inusual para un retrato. Variar la distancia supone un mundo de diferencia. El territorio del fotógrafo y el del modelo no interfieren mutuamente. Apenas hay contacto. La persona que posa puede estirar las piernas sin patear un trípode y sin temer que el fotógrafo tropiece con él. Al mismo tiempo queda a merced de si mismo lo que lleva a la contemplación. A los pintores no les gusta posar; prefieren retirarse de la vista del mundo escondiéndose detrás de su tela. El pintor en aislamiento autoimpuesto detrás de su atril; el fotógrafo detrás de su cámara. Así ahí están ambos, incómodos en Amstelveen, en una pequeña carpa negra, solos con ellos mismos y el ojo inquisitivo de Overbeeke. Un ojo altivo, ligeramente irónico, pero de alguien que puede observar con mucha, mucha precisión.

Overbeeke quería que las manos se vieran en la imagen. Junto con los ojos, son las herramientas más importantes para el artista y constituyen el leitmotiv de toda la serie de retratos. Esas eran las condiciones: prácticamente no se les dio ninguna indicación; ellos simplemente lo tomaban como venía. El artista se sentaba a tres metros del fotógrafo, aceptando la situación, tratando de superar su desconfianza y probablemente luchando también contra la incomodidad del momento y quizás también contra la aversión de ser retratado o de ser el centro de atención, y el fotógrafo dejando que esto ocurriera.

Este “laissez faire, laissez passer” es lo que hace que estos retratos sean tan especiales y hace que las sesiones en el Museo Cobra sean tan excitantes. Cada sesión nunca duró más de diez minutos. Click. Avanzar la película, Click. Avanzar. Click. Correr. Sólo el tiempo necesario para recargar los flashes.

Cuando las fotografías quedaron listas cada uno recibió dos impresiones y se les pidió que las adaptaran a ellos mismos interviniéndolas con su propia mano.

Este tiene que haber sido un proceso notable, agregar algo a su propio retrato. Uno se hace un artista completo al construir una unidad entre uno mismo, su trabajo y su estilo de trabajo. Esto demanda una actitud madura en relación con quien es y con lo que ha hecho con su vida. Algo así requiere al mismo tiempo distancia y empatía consigo mismo. El pintor Cobra Constant fue el que tuvo más dificultades con esta tarea, se demoró tres años en completar su foto.

El resultado es una serie única de retratos. Original, de hecho. Fotografía de retratos y pintura: una instante de tiempo y tiempo congelado al mismo tiempo.