• © Paloma Ramírez
  • Desde el estudio de Matilda todo lo que se podía ver era el mar. Y el mar era más que suficiente. Mucho más que suficiente. Frente a su ordenador una cristalera sucia por el polvo y el agua del Mediterráneo le recordaba lo afortunada que era. Hacía falta que se lo recordaran de vez en cuando. Frente a su caballete sus lienzos y cien tubos de pintura, una cristalera le recordaba lo feliz que era. Hacía falta que se lo recordaran de vez en cuando.