• © Paloma Ramírez
  • Matilda siempre se dedicó a asuntos relacionados con el arte. En estos últimos años se había entregado casi por completo a la parte más plástica de su talento, aunque lo que a mí me enamoró de ella cuando apenas éramos unos críos había sido, no su voz, sino su emoción transmitida en todas y cada una de las canciones que nos regalaba acompañando su delicioso hilo de voz con unos torpes acordes que hacían que la guitarra que mecía entre sus brazos pareciese una lira tocada por los mismísimos ángeles del paraíso.

    No voy a negar que el delicado espectáculo de su voluptuoso escote insinuado por las curvas de madera trabajadas antaño por algún anciano luthier, daban aún más calidez a su interpretación, o al menos a mí me lo parecía.