La historia de la crítica artística es rica en tendencias que definen y enfatizan de formas distintas la importancia de la historia misma, o más bien quizá del momento histórico, del autor, del lector, de los iconos y símbolos empleados en la creación artística como base para su apropiada revisión, lectura, disfrute y aprendizaje. Historicistas, formalistas, deconstruccionistas, hermenéuticos, semióticos… se afanan por entender y ayudar a entender el valor, el verdadero misterio de la aportación de una obra creativa

Quizá, la aproximación a la obra resulta en cierto sentido más sencilla para el propio artista que para su lector, al no necesitar descodificarla interpretando el contexto histórico en el que la desarrolla, ni entender necesariamente sus complejos (o no tanto) procesos mentales que operan mientras la concibe y desarrolla, para expresar, representar, mostrar, aleccionar o moralizar con su trabajo.

No obstante, incluso para el artista el tiempo pasa, las corrientes se suceden y de ellas aprende y con ellas evoluciona, y ahora, cuando el arte entero se ha girado varias veces sobre sí mismo como un calcetín, casi nadie se atreve ya, ni artista, ni crítico, ni lector, a despreciar el valor de los símbolos ni de la simbología de una creación, ni de los lenguajes de los que dichos símbolos forman estructura.
La imagen tiene sus símbolos, algunos de los cuales son más propios de la fotografía y otros de la pintura; la escritura tiene los suyos, como los tiene la música, la danza o el exhibicionismo. ¿Qué ocurre cuando se deconstruye una imagen y sus símbolos son interpretados a su vez como insumo para crear otro mensaje completamente distinto, un mensaje presentado en lenguaje escrito, un lenguaje que se expresa con conceptos, reglas y símbolos propios y distintos a los fotográficos? ¿Será reconocible o no para el lector el nexo subyacente entre una obra fotográfica y una obra literaria inspirada en la primera? ¿Hasta dónde?

La cuestión puede plantearse también al revés, construyendo un mensaje fotográfico a partir de la deconstrucción de una obra escrita, un breve relato, noticia o poema que es completado con una obra fotográfica inspirada. ¿Qué pasa si ambas obras las fundimos en una sola? Eso, también, es lo que queremos que signifique 1:1. Como se ha dicho en alguna ocasión, la obra de arte “constituye un punto de encuentro de diversas intencionalidades”, y en 1:1 creemos en las virtudes artísticas del triángulo amoroso fotógrafo-escritor-lector.
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