El eslabón

Fotos: © Pepa de Rivera

Texto: © Karin Augustin

  • Navegar por una ristra de imágenes enlazadas por idéntico sentimiento de melancolía placentera, recreándose en ese pasado que, aún desaparecido, permanece más de mil años.

    Atrapar esos fantasmas aferrados a los muros con más desconchones que lunas, oír sus voces, sus risas, sus vidas, tener miedo de aparecer de pronto y sin retorno en esa época que huyó al pasado.

    No encontrar respuesta a porqué las cosas, las personas y los momentos se esfuman arrastrados por un mal viento que todo lo trastoca y que trae olores y colores nuevos.

    Cambio de época, y el sorprendido descubrimiento de que uno es el eslabón entre ellas, que lo que cojo de ayer con la  mano izquierda lo transmito a mis nietos con la derecha.

    Que yo me voy, pero mis desconchones quedan.

    Los cristales que dejan firme su cerco, la escalera sin dueño, la figura que se sienta velada e insistente en ella, la mujer acodada en el balcón que mira a la vida, la ventana sobre el arbolado descarnado de invierno que uno vio crecer esta mañana misma, la balaustrada de la escalera sobre la que revolotean los libros de la experiencia, al fondo el pintor absorto, el armario de luna que trata de atraer a su dueña, ajena sobre la colcha decimonónica y blanca, la cómoda con sus toallas ordenadas, el milagro de los hijos, la luna negra del último verano...

    Todo se acompasa y engarza ordenadamente en una cadena que eslabona los escenarios para no dejarle a uno sólo en la vida, sin recuerdos ni pasado.