Una obra es sólo potencialmente arte si permanece en el ámbito privado de su autor.

Además, como en toda producción, debe haber un flujo continuo de obras de un mismo autor, no existe la obra de arte única, aislada de un conjunto.

Con estas consideraciones replanteamos la pregunta sobre los derechos de autor ¿de quién son estos derechos? Formalmente son, en la mayor parte de los casos, de los autores, de quienes pintaron, escribieron, fotografiaron o compusieron. En la realidad son de quienes deciden que las obras circulen. Es decir, en la práctica son de un conjunto de personas e instituciones, estén a nombre de quien estén. Paradójicamente entonces quienes sacan más provecho simbólico y material de la circulación de una obra de arte no son los autores sino que las instituciones que concurren a su circulación y difusión. Cuando se defienden los derechos de autor se usa la figura de los autores como la víctima de los atentados a la propiedad intelectual, es este el argumento más contundente, y se echa al olvido a todos los otros beneficiarios.
Si los tuviéramos en cuenta encontraríamos mejores soluciones para preservar la justa remuneración para un trabajo realizado que la mera represión a quienes intentan violarlos.

El precio de la obra de arte es un incentivo para la violación de derechos de autor.Por ejemplo un acuerdo o, en su defecto, un control sobre las utilidades, a veces excesivas, de los intermediarios (editoriales, galerías, organizadores de eventos como conciertos, sellos discográficos, productores y distribuidores de películas etc.) bajaría el costo de las obras y así desincentivaría la piratería. Desfrivolizar el mundo del arte colocándolo en su justo contexto, que es el de revelar la realidad, es otra estrategia posible porque la frivolidad va de la mano con el gasto excesivo. Apuntar a vender obras en mayor volumen y a más bajo precio las pondría al alcance de más gente sin merma de ingresos para los productores. Muchas otras estrategias son posibles, pero sólo si desmitificamos la obra y el entorno que la produce.
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Para contestar la pregunta que nos ocupa si que hay que tener en cuenta un hecho esencial y es que la producción de una obra de arte es un trabajo como cualquier otro, es decir sucede en el interior de una cadena productiva compleja. Una obra de arte es un hecho social con un valor material y simbólico construido por un conjunto de individuos e instituciones.

Esto implica despejar el mito romántico de la obra como una emanación del alma o espíritu del artista individual. Para que un producto humano se constituya en obra de arte deben concurrir muchos agentes sociales que trabajan en cadena: en la literatura los escritores, las editoriales, las librerías, los críticos literarios, la academia que elabora tesis y análisis, los medios de comunicación, las revistas de difusión etc. En las artes visuales, los pintores, fotógrafos y otros especialistas, las galerías, los críticos, la academia, las revistas especializadas y de divulgación, Internet en varios portales y páginas, la publicidad etc. etc. Y así con cualquiera de las artes. Una trabajo en cualquiera de estos ámbitos no llega a ser obra de arte hasta que no concurren los otros agentes que la colocan como tal en la sociedad.