Ramón Siscart: “Arquitecturas” 

Paisaje con ruinas.- Las construcciones humanas son siempre algo ajeno a la Naturaleza. Arte “tekné”, técnica. Son artificios, construcciones, artilugios, artefactos: llevan nuestro sello y resultan como un marchamo puesto en el paisaje. En consecuencia, nunca dejamos de ‘habitarlas’ en realidad. Cuando dejamos vacías de nuestra presencia tales construcciones, cuando ya no utilizamos esos artefactos, cuando caen en el abandono, mantienen nuestra impronta e inevitablemente son presa de la recreación: ante el encuentro con una de estas ruinas, con uno de estos testigos, todo ser humano se ve obligado a recrear su estado primero, su función, su ‘vida’ que no es otra que la de quienes las realizaron, nuestros semejantes, y algo nos impulsa a establecer un diálogo con esas cosas insufladas de vida, de humanidad, contrapuestas a la naturaleza que las rodea. De ese diálogo, de ese ‘encuentro’ con algo abandonado y perdido que somos nosotros mismos nace la sorpresa de encontrarnos en algún pasado concreto (existen tantos como pérdidas y abandonos y en todos ellos florece la melancolía).

Las cosas, acostumbradas a nuestras maneras, a nuestra forma de relacionarnos entre nosotros, adoptan en nuestra ausencia tales comportamientos: Así, nos parece verlas hablar entre sí, o ayudarse penosamente a mantenerse en pie unas a otras. Si alguna nave extraterrestre llegase por equivocación hasta aquí y sus navegantes decidieran explorar este planeta, encontrándose únicamente con los restos de lo que hicimos durante milenios antes de desaparecer, estos objetos solitarios podrían permitirles imaginarnos y reconstruirnos y enhebrar una historia factible sobre la Humanidad.

Fotografiar lo que queda de nosotros en el mundo, seguir las huellas hasta contemplar la nueva vida de las cosas humanas, su metamorfosis primera en humanoides -simulacros aún de la memoria de sus artífices-, y su evolución enajenada hacia la sencilla plenitud del objeto liberado al fin de su función. Siempre, el ser humano, convierte en ‘escenario’ el espacio, el lugar en el que lleva a cabo su existencia, donde ‘construye’ su vida, y todo escenario vacío –no sabemos muy bien porqué-, es algo magnífico, quizá por carecer de función, por haberse sustraído a la contingencia, por haber perdido su sentido. Perder el sentido abre un sinfín de posibilidades para adquirir otros nuevos: bienvenidos a la magnificencia. .

 

 

Mónica Murillo: “Miradas adentro”

Conoció los cuartos oscuros y el proceso de ‘revelar’ desde su infancia (padre fotógrafo: como si la fotografía la hubiera criado). Veladuras: en el encierro forzoso durante la pandemia -durante esa detención abrupta de la normalidad-, parece haber ido todo hacia atrás en busca de todo lo que había quedado velado y semioculto en nuestras vidas. En el refugio, de vuelta a la cueva, a la caverna poblada de sombras y reflejos, de frágiles impresiones y sensaciones vagas, la mirada se acostumbra a vislumbrar en los interiores, en la penumbra que es como el escenario del sueño y de la creación; a volver la vista hacia dentro, al interior de uno y a moverse dentro de cuatro paredes (y aquí la “cuarta pared” (1) es la propia autora que asiste a una representación silenciosa plagada de ‘revelaciones’) Mirada personal que elude a las personas, las reduce a luces y sombras. 

Encierro, confinamiento, reclusión: la vida que no deja de transcurrir, el tiempo que se espesa, los días pasan. Nada se detiene, pero ha cambiado el ritmo. El mundo exterior se aleja tanto que ya no podemos tocarlo. La mirada no da abasto: se multiplican los reojos y los ojos fijos a través de cristales y pantallas, cristales líquidos para “días líquidos” (2) atomizados en gotas resbalando por mamparas de cristal, y tiempo para contarlas y perseguir sus trayectorias, como un reloj de agua. Entonces el pensamiento se dispara, CLICK (¿o es la cámara?) Conviviendo, cada uno a su manera, cruce de miradas: pasas y te encuentras a alguien como tú que como tú mira y no sabe qué pasa ni qué no deja de pasar en este tiempo aquietado. 

Obligados a fijarnos en nosotros mismos; por obligación y sin remedio, condenados. Las bestias con forma de gato entran y salen, viven entre dos mundos (siempre ha sido así, el nuestro y el de ellos) En el refugio no se necesita protección, ni mascarilla ni ropa siquiera: desnudez del interior dentro del yo.

(1) Philip Glass – “Songs from Liquid Days” 1986 (CBS Records)

(2) El escenario, donde generalmente se desarrolla una obra, tiene cuatro paredes, la del fondo, las dos laterales y la “cuarta pared”, una pared imaginaria, invisible, que separa a los personajes del público, quienes a su vez se encuentran atrapados en su propia realidad. En otras palabras, es lo que separa la vida de los personajes de la de cualquier espectador, ya sea en cualquier medio (teatro, cine, TV, videojuego, ordenadores, móviles, etc.)

 

 

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