Joseph-Philippe Bevillard: “Mincéirs” 

“Queremos que todos los Viajeros de Irlanda se sientan orgullosos de quiénes son y digan que no somos un grupo de personas fallidas. Tenemos nuestra propia identidad única y no debemos asumir todos los aspectos negativos de lo que la gente piensa de nosotros. Deberíamos poder estar orgullosos y, para que eso suceda, nuestro Estado necesitaba reconocer nuestra identidad y nuestra etnia, y lo están haciendo hoy ". Marzo de 2017, Bridgid Quilligan, exdirector del Movimiento de Viajeros Irlandeses (1)

Apenas hay profundidad de campo en estos campos de asentamiento. Lugares para el detenimiento de los “viajeros”, a veces como detenidos en el aquí y el ahora tras siglos de traslados y periplos, de periódicos e incesantes desplazamientos arrastrando una identidad sentida pero sin raíces en la tierra.

Seres y cosas se funden en un plano primero y único: instantáneamente todo se acopla y esa es la única instantaneidad; el resto es una sensación intemporal que eterniza estas figuras que irrumpen con arrogancia dentro de un instante de sus vidas, instante que se convierte en una orla, un marco.

En esta condiciones sus miradas disparan directamente hacia lo ajeno, hacia nosotros, sin obstáculo alguno y realzadas por el ese mundo ‘real’ que les rodea y que no parece condicionarles ni influirles en realidad: sí a las personas concretas retratadas, claro; no el ser intemporal de la etnia que albergan dentro de sí (su verdadero mundo, el que han construido en ellos mismos) 

Todo es transitorio, todo se monta, despliega y recoge; todo es un decorado, un evento, una celebración para la que te preparas y que nunca parece la vida normal, pues no existe para ellos un día cualquiera, parecen decirnos estas fotografías caracterizadas todas por la sutil neutralidad de los colores, sin preferencias de gamas o tonos: todos cuentan igual, sin jerarquías (una ‘tendencia’ compartida por esta etnia y por el fotógrafo: ósmosis) ¿Responderíamos con un sí a esta invitación a la aventura que tanto resalta la precariedad del viajero? Libertad condicional, vida condicionada… y ese fulgor ardiente de la autenticidad.

Los mincéirs son una minoría étnica tradicionalmente nómada autóctona de Irlanda, a la que el gobierno irlandés y la población asentada llaman nómadas irlandeses. El Mincéir es el verdadero nombre de la comunidad itinerante irlandesa en su propio idioma, que se llama Cant o Gammon. Aunque los viajeros irlandeses hablan inglés, la jerga que usan entre ellos a veces es ese Cant / Gammon. Se les puso el nombre de Viajero debido a su identidad nómada. En el siglo V, estos grupos de personas se llamaban Whitesmiths debido a su asociación y habilidades como herreros.” J.-P. Bevillard. Véase también “Gyspy”.

 

 

Alexander Bronfer: “Mongolia”

Un reconocido fotógrafo y una tribu mogol se cruzaron al sur del desierto del Gobi donde todo es ‘nómada’: no hay quien pare allí; sólo queda moverse para seguir viviendo. Planicie ondulada y gélidas noches se suceden hasta donde la vista alcanza: sin hitos ni señales, sin más referencias que las sombras de quienes la atraviesan bajo la luz del sol. Las últimas tribus nómadas de Mongolia posan altivas en sus camellos lanudos mientras alguna furgoneta recorre la línea plana del horizonte hasta detenerse en un inmenso espacio vacío como sin ganas de seguir, dispuesta a quedarse abandonada y, como un monumento moderno anclada sobre un desproporcionado pedestal, servir de origen o destino, de hito, de punto marcado en un mapa sin relieve.

Cuesta andar, desplazarse por la tierra: desearíamos poder volar y surcar por el aire el espacio raudos y veloces. Los nómadas mogoles sostienen ese deseo en sus manos: practican la cetrería y adoran a esas aves rapaces compañeras cuyas siluetas observan en el cielo abierto desde el duro suelo en que les ha tocado vivir (esas aves son capaces de arrancarles sonrisas, de darles placer). Sufren como nadie la fuerza de la gravedad y sus efectos devastadores parecen asomar a través de sus rostros ajados, de sus millones de arrugas, del curtido áspero de su piel en sus caras y en sus manos, en la piel expuesta a la intemperie y a las inclemencias del tiempo y del espacio.

Ausencia de clemencia también, ausencia de todo, vacío en esta porción del planeta a la que la humanidad no está dispuesta a renunciar a pesar de todo. Otro lugar -que es una forma de ser-, en el que vivir libre, o al menos a su manera, cuesta no menos que en cualquier otra parte pero, aquí, la tribu humana ve recortar su silueta directamente sobre el cielo infinito y parecer gigantes, titanes, héroes de una épica existencia sobre la faz de la Tierra condenados a desaparecer tal y como, evanescentes, sus figuras se disuelven en infinitas partículas dentro de estas fotografías hechas con arena helada del desierto: parecería que podríamos soplar y se desintegrarían estas imágenes sin tiempo.

 

 

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