Estallido Social

 

   © Fotos y Texto: Florencia Sánchez

El estallido social en Chile fue una bomba de tiempo que tarde o temprano iba a explotar, pero cuya magnitud pocos se imaginaban. El detonante fue el alza del pasaje de metro, razón por la cual con ejemplar determinación estudiantes de educación secundaria como representantes de una sociedad exprimida respondieron con evasiones masivas al transporte público, un acto de desobediencia civil que marcó un antes y un después y la formación de un movimiento sin precedentes ni colores ni ideologías, cuyo propósito es erradicar los abusos de este modelo neoliberal superlativo y derrocar la perpetuidad de los intereses y privilegios de unos pocos frente a las enormes dificultades de diversa índole en que vive un gran porcentaje de la población chilena.

Mi participación en este movimiento –por cierto, el más masivo y potente desde los ochenta– comenzó justo al día siguiente del 18 de octubre, un sábado soleado en el que decidí, sin pensarlo mucho, salir con mi equipo fotográfico a registrar y documentar lo que estaba pasando o por pasar en uno de los centros neurálgicos de la ciudad, la Plaza Italia, tradicional punto de encuentro, hoy por hoy, bien llamada Plaza de la Dignidad por la ciudadanía.

Durante esa jornada, desde temprano, se comenzaron a observar atisbos de represión por parte de las fuerzas policiales, las que, con el objetivo de mantener neutralizada a la población que se manifestaba con cacerolas, lanzaban de tanto en tanto bombas de gas lacrimógeno para dispersar a los manifestantes que se encontraban en el lugar. Más tarde, fuimos testigos de la presencia de militares armados en las calles montados en sus tanquetas, amenazantes y soberbios. Una potente imagen que para toda una generación son recuerdos construidos y aprehendidos a través de la oralidad e imágenes que otros, nuestros antecesores, nos narraron desde la infancia. Sin embargo, para nuestros padres y abuelos representa la realidad colectiva más dura, oscura y siniestra de que se tenga memoria en nuestro país. Un pasado que pena cual fantasma que deambula por los rincones de una ciudad en furia.

Los días venideros no fueron la excepción; el gobierno, incapaz de dar respuestas concretas a las legítimas demandas de la población, dio pie a que las manifestaciones continuaran y se convirtieran en nuestro espacio de lucha diario, un lugar que estableció un puente invisible que, de una forma impensada, nos unió en nuestras diferencias sociales, económicas, ideológicas, y nos reconcilió de la equívoca imagen fría, parca e individualista que teníamos de nosotros mismos como sociedad. Por el contrario, la solidaridad, la empatía y la colaboración vividas durante estos días han sido también un impulso de esta lucha, que pasa por reconstruir un tejido social más humanizado.

Nos reivindicamos, Chile despertó y despertó con más determinación que nunca. Por todos los oprimidos, los olvidados, los abusados, los abuelos, los niños, el futuro, las clases menos privilegiadas, la dignidad es que estuvimos en la calle, cada quien con su medio. En mi caso, con cámaras fotográficas para difundir un registro que se convirtió en relatos de este acontecer.

Y así fueron corriendo los días, sí, corriendo, vertiginosos, urgentes. Muchas emociones afloraron. Hoy más que nunca se exige justicia, se exigen cambios profundos, porque sin ellos no habrá paz en Chile.

No hay vuelta atrás. Estamos por fin despiertos. Hoy seguimos esta lucha hasta que la dignidad y la justicia social y económica se hagan costumbre y “valga la pena vivir”.

Rostros, retratos y diversas historias es lo que presenta esta galería fotográfica que con honestidad busca visibilizar todas las dimensiones y aristas que tuvo este crucial y determinante acontecimiento para el devenir social y político de Chile.