Pandemia

   Fotos y textos: © María Tudela

  •  El día 11 de marzo del 2020 la OMS anunciaba la COVID 19 como pandemia. Días posteriores, concretamente el 14 de marzo, se decretó el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, como medida para frenar el crecimiento incontrolable de los contagios. Los sentimientos de la población se dividieron claramente, entre la protección que les aportaba permanecer en sus hogares, y el peligro que significaba salir al mundo exterior con la Covid. La infección paralizó al mundo obligándolo a quedarse en casa, excepto aquellas profesiones que eran esenciales, como la mía. 

     La carga de información, o más bien la desinformación diaria en aquellos primeros días y semanas, generó un miedo terrorífico, las muertes incesantes y la falta de material de protección empeoró la situación. Mi mundo se dividió entre el balcón y el hospital. Entre las muchas emociones negativas que desencadenó el inicio de la pandemia, el MIEDO, sin duda fue el gran triunfador: paró el mundo y lo doblegó. Como sanitaria asumes cada día riesgos en tu trabajo, pero no estás acostumbrada ni preparada para aquellos ausentes de certezas que generan incertidumbre y desprotección. 

     Reciclaba y desinfectaba las FFP2. Puse un tendedero de mascarillas en el balcón; una para los lunes, otra para los martes, otra para los miércoles, otra para los jueves y, la última para el viernes. El hospital no tenía. No había, simplemente no había. Llegué a pagar hasta 12 E por unidad en internet. Y otras veces ni me llegaron después de pagarlas, estafas por todos lados. Ya se sabe, los parásitos sin escrúpulos afloran cuando peor nos va... 

     Me aislé en casa sola, porque el verdadero miedo era contemplar la posibilidad de contagiar a tu familia, en especial a tus mayores. Durante semanas, a mi madre la veía a través del cristal de la puerta de su casa. En aquellos días, los pájaros se convirtieron en una metáfora de libertad envidiable, que pasaban de largo por mi balcón... Los aplausos a las 20:00h en los balcones, realmente eran emocionantes. Las calles vacías, los jardines infantiles precintados, la autovía hacia el hospital totalmente vacía, y el exceso de ese silencio, resultaba tan extraño como terrorífico. Pero sin duda, quien se llevó la peor parte de este periodo negro de la historia, fueron ellos, nuestros queridos mayores. 

     Hoy, y con la infección casi solucionada, confieso que en todos los años de profesión jamás viví un temor así. Algo tenía que hacer, no podía irme todas las mañanas de casa hacia el trabajo con ese miedo y, esa ansiedad apretándote el peso. Y siempre con la duda presente, será hoy cuándo me contagie. Ante un miedo tan nuevo, tampoco tenía recursos, solo sabía que no podía seguir así. Algo tenía que hacer, y entonces dije: “a la mierda”, y apagué el tv, la radio, y toda comunicación que tuviera que ver con la dichosa pandemia. Y entonces, empecé a respirar sin ese nudo en el pecho... Marzo y abril del 2020, INOLVIDABLES. 

    Dedicado a todos los compañeros que han perdido la vida desempeñando su trabajo en esta pandemia. No hay naufragio que no deje restos…