El Pasajero

 

   © Fotos y texto: Nicolas Pascarel

En 1996 yo era joven y Europa ya era aburrida así que decidí ir allá, ver lo que estaba ocurriendo, sentía que podría vivir de alguna manera. ¿Vivir que? No lo sabía, pero era mi idea: cambiar. Cambiarme a mi mismo.

Llegué ahí, detrás del océano y era como una imagen detenida, como cuando presiona la tecla de pausa, un alto en el tiempo. Es lo que me hizo pensar y extrañamente lo que me hizo ir adelante. Sentí como decir “nuevo”. La gente camina, come, trabaja, toma el autobús, se divierte y llora pero todo en cámara lenta, como en un bolero, como si el futuro no existiera. Lo opuesto de lo que vi en Europa donde la gente piensa sólo en el futuro, su propio futuro: si van a vivir mejor mañana, un mejor amor una casa mejor, un mejor auto, una mejor vacación, una vida más prolongada, un mejor trabajo… Yo nunca pienso en el futuro y mucho menos en todas esas cosas, eso no me interesa, yo vivo y no puedo parar. Cuando yo pare todo se terminará. Definitivamente. Por eso yo quería escapar de todo eso. Me fui sin pensarlo mucho.

En La Habana sentí el no-futuro como una película que no pasa a la velocidad correcta, en cámara lenta. Esto cambió mi visión del mundo, mi manera de fotografiar, de observar. Fue un punto de quiebre para mi. Extrañamente me sentí viviendo, realmente viviendo por primera vez, completamente libre. Puede parecer absurdo considerando el sistema político pero sentí una libertad que no conocía , muy diferente de todo y de todos. Yo amé.

Los años pasaron y esta historia de amor entre mi y la ciudad continuó, lentamente, a su manera. Cuando hice mi segunda exposición en la Fototeca de Cuba en 2001, fue quizás una manera de terminar, de decir en voz alta: Yo vi, yo viví y este es el resultado. Pensé que había terminado con La Habana para siempre. El punto final de mi evolución, por no decir revolución. Entre 1996 y 2001 muchas cosas cambiaron en mi, personal y profesionalmente y pensé que nunca volvería , que se había terminado definitivamente. Estaba equivocado. Me tomó 10 años para volver, así, sin pensar mucho.

Fuimos incompatibles. Todo había permanecido casi igual y yo estaba avanzando sin retroceder en mi edad, en el tiempo. El regreso fue muy duro, brutal, a veces aburrido, por no decir decepcionante. Y entonces hubo otros viajes después, siempre con un cierto desasosiego. No podía penetrar la ciudad, veía su belleza pero no me producía ningún efecto, no la quería mas, pero todavía la amaba. Estas cosas acontecen con el amor. Cosas terribles. Si, realmente terribles.

Y, entonces, hubo luz. Algunos la llaman madurar, pero a mi no me gusta esa palabra. Para mi todo es amor y de nuevo yo amab, deseaba. Si, como en aquella primera noche de noviembre de 2012. Salí inmediatamente del avión, mi corazón y mi mente reconectaron con mi amor casi eterno. Era mágico como la luz temprana que entra en la habitación. Cuando llegué sentí el deseo de nuevo, el deseo de vivir, de contar con mi herramienta que es la foto. Así empecé “El pasajero”.

No es necesario decir que “El pasajero” fue una liberación. El pasajero cuenta todo lo que yo siempre he querido contar, lo que no es mucho, cuenta el torbellino de mi vida, lo que no es una tarea fácil! Todo, al final, en la misma historia. Me parece necesario eliminar por primera vez en mis fotos la gente, los retratos, el ambiente de las calles… yo que amo tanto la humanidad, pero esto era necesario para mi transformación. Este es el trabajo que más se parece a lo que yo soy hoy día, el más exitoso de mi vida como fotógrafo.

Las imágenes, a veces, rompen el viento, lo acarician para romperlo para siempre, todo en la luz del ocaso, entre perro y lobo, en el preciso momento en el que la tormenta que se me aparece en las noches constantemente se confunde. Noches de amor y noches malditas, solo.